Manuel Cortés Gallardo
La calle Vivar, en pleno corazón de Calama, es merecedora de homenajes por lo que ha brindado a Calama.
Entre lo bueno y lo malo ha sobresalido como una de las vías amigables. En sus comienzos partía apenas desde la calle Antofagasta por el norte para terminar en Vicuña Mackenna por el sur. Esto era antes del Combate de Topáter, cuando la llamaban Calle del Ganado. Pero, después de Topáter se alargó, primero hasta Félix Hoyos, luego a Tarapacá y hace unos veinte años, avanzó más al norte y también para el sur.
Estuvo entre las primeras que conoció el pavimento y cobró fama con el Hotel Los Andes donde llegaban todos a pasar las noches ya fuera porque provenían de otros puntos del país o porque se les pasó en la hora en las entretenidas noches calameñas. Pasando por Vivar, a los parroquianos le faltaba tiempo para disfrutar de los locales nocturnos que competían en nombres y atractivos femeninos y espumantes. El Noche y Día, El Rosedal, Manhattan, a los que más tarde se sumó el San Carlos donde se podía conversar sin apremios.
Y tanta vida desembocaba por el lado sur en la primera funeraria, levantada por la familia Vicuña, permanentes contribuyentes del desarrollo calameño y cultivadores de la buena amistad. Y entre medio, repartiendo elegancia la propiedad de la Familia Tomic con torre de vidrio, donde después instalaría la industria de sal el recordado Cesáreo Castillo Michea, emprendedor, empresario, comerciante, deportista, dirigente, regidor, gobernador, diputado y amigo de los amigos.
A veces, esa calle se atochaba de vehículos que esperaban el turno para hacer combustible.
En Vivar tuvo su morada uno de los calameños trascendentes, Petre Cotorás, fundador de farmacias y conversador inagotable, quien ejercía su profesión con espíritu de servicio.
Esa vía mantiene imborrable el recuerdo de uno de los héroes menos adictos a las primeras páginas, don Bartolomé Vivar, brazo derecho de Eleuterio Ramírez, conforme lo que cuenta la historia: En la primera quincena de marzo, el Coronel Emilio Sotomayor recibió la misión de ocupar Calama con una fuerza cercana a los 550 hombres, formada por tres compañías del 2º de Línea, una compañía del 4º de Línea, una compañía de Cazadores a Caballo y una sección de artillería de montaña a dos piezas. Servían en ese pequeño destacamento algunos hombres que posteriormente se distinguirían por su gran arrojo y heroísmo, en la infantería, el comandante y segundo jefe del 2º de Línea, teniente coronel Eleuterio Ramírez y Bartolomé Vivar, quienes entregaron gloriosamente sus vidas en la batalla de Tarapacá.
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