Esta protección de la ZT y de
los MH permite comprender de manera integral la historia del campamento desde
sus inicios de la producción formal de cobre en el año 1915 y su fundación el
18 de mayo del mismo año. La protección de la Casa 2000 así como la de los
inmuebles representativos del Campamento Americano, el primero en construirse,
ayuda a comprender los inicios del campamento, en tanto que en este sector solo
habitaban ingenieros y ejecutivos estadounidense y los inmuebles fueron una
implantación del modelo americano de construcción. Asimismo, la protección como
MH del Centro Cívico (los edificios de equipamiento) y como ZT de un sector que
circunda a éste, permite la comprensión de la construcción del campamento
nuevo, posterior al americano, donde se realizaban los actos colectivos de
esparcimiento y donde habitaban trabajadores de distintos rangos dentro de la
empresa. Junto a ello, las diversas tipologías de vivienda que se incluyen dan
cuenta de la adaptación de la arquitectura y su construcción al territorio. En
tanto que, a través de la protección del Cementerio de Chuquicamata, se realza
además un elemento fundamental para la comprensión de este asentamiento minero
que da cuenta del arraigo que mantienen hasta el día de hoy, quienes lo
habitaron hasta su cierre en el año 2007, luego de que en el año 1992 se
declarara zona saturada de material particulado respirable.
Archivos ubicados en el lobby
del teatro Chile.
Archivos ubicados en la
Central de Planos.
Archivos ubicados en el
Archivo físico del Centro de Documentación.
Archivos ubicados en las
instalaciones del Staff A-2, sala N° 1.
La ZT o Pintoresca protegida
es el "Campamento Minero de Chuquicamata" la cual tiene una superficie
aproximada de 420.792,22 mts2 (42,08 ha).
https://www.monumentos.gob.cl/sites/default/files/decretos/MH_01453_2015_D00176.pdf
https://www.monumentos.gob.cl/monumentos/zonas-tipicas/campamento-minero-chuquicamata
Chuquicamata, el pueblo de la
mina más grande del mundo, murió por contaminación
Antes de 1991, Chuquicamata
tenía 30 mil pobladores; ahora, el pueblo forjado por mineros es solo un
recuerdo. La contaminación expulsó a todos. Año con año, la gente asiste a un
festival de la nostalgia
Pinocho más grande que un
humano sentado en medio de la plaza de Chuquicamata, un pueblo minero donde
hubo hasta 30 mil habitantes y ya no vive nadie. Sus habitantes se fueron por
la contaminación.
Carolina Salinas regresó 20
años después de haberse ido y vio el muñeco. Era el que estaba en el kínder de
ella y sus dos hermanas. El sol del desierto de Atacama le apagó los colores y
lo mantiene impregnado de arena.
Y vio que atrás del Pinocho
está un cerro de desechos mineros que ya tapó el kínder y casi la mitad del
campamento. “Vine hace 20 años y todavía no estaba enterrado el pueblo”, dijo.
Es como un tsunami de piedras
que se quedó en pausa antes de cubrirlo todo. Y es tan alto, que adelantó unos
minutos el tiempo que tarda en meterse el sol en un sector de la plaza pública
del pueblo.
Carolina Salinas y su familia
son originarias de ahí. Se fueron a la fuerza antes de que el campamento fuera
cerrado en 2007 y sus habitantes reubicados.
Chuquicamata fue un campamento
minero fundado hace 108 años por pequeños emprendedores en la región de
Antofagasta, al norte de Chile, sobre el yacimiento de cobre que con el paso
del tiempo y la llegada de la minería a gran escala sería el principal motor
económico de Chile.
El tajo de la mina creció y
alcanzó cinco kilómetros de largo, tres de ancho y uno de profundidad. No hay
otra mina en el mundo que haya removido tanta tierra. Es la principal división
minera productora de cobre de Antofagasta (con cinco divisiones mineras en
total), la región que más produce ese metal en Chile.
El campamento creció al lado
de la mina a base de madera, ladrillos y hormigón, con el esfuerzo de personas
dispuestas a la vida dura. “Esto era tan inhóspito, un trabajo tan fuerte,
complicado y peligroso que costaba atraer trabajadores”, contó Jorge Yoma,
minero retirado, originario del lugar.
Le llaman “cultura
chuquicamatina” al arrojo de irse a vivir a un paraje a 2 mil 870 metros sobre
el nivel del mar en el desierto más seco del mundo y soportar la ferocidad del
sol, frío extremo y rachas de viento difíciles de aguantar de pie sin caer al
suelo.
Y luego construir ahí un
pueblo “único”, un company town concebido por los inversionistas
estadounidenses de la Anacona Company que tomaron el control del lugar a través
de Chile Exploration Company y lo desarrollaron a gran escala desde 1915.
Circulaciones bien planeadas,
una “trama interna” compuesta por el Teatro Chile, monumental con su esquina
curvada. “Hijo, aquí vine a ver E.T. y también Infierno en la Torre”, le dijo
un señor a un adolescente que entraban al campamento. También está el Centro
Cívico con su cancha y gradas de madera.
Está el Auditorio Sindical
donde ahora se venden muestras de minerales como souvenirs, y el Campamento
Americano, arriba de todo, lejos, junto a la Fundición y a la Refinería.
“Eficiencia Industrial”, señala el documento de declaratoria de Patrimonio
Nacional del campamento minero.
Las puertas de las casas
podían quedarse abiertas cuando alguien salía del campamento. “Uno podía dejar
la casa abierta y decirle al vecino, vecino, échale una miradita a la casa”,
cuenta Jorge Yoma.
Lo inhóspito paso a ser lo de
afuera. Calama, por ejemplo, que es aquella ciudad que se ve a 18 kilómetros
bajando por la carretera, construida “para gente de paso” que trabajaba en
empresas que prestaban sus servicios a la gran mina de cobre de Chile.
En 1991 -un año en que
Chuquicamata produjo más de 641 mil toneladas de cobre- la vida cambió en el
campamento.
El área circundante a la
Fundición de Chuquicamata, ósea, el campamento tipo company town, fue declarada
zona saturada por Anhídrido Sulfuroso y Material Particulado Respirable
(Decreto Nº185 del Ministerio de Minería). Se sobrepasaban las normas primarias
de calidad de aire respirable.
Es decir, ya no era sano
respirar.
Fue así como inició a correr
entre las casas y las calles del pueblo la información de que un día se
cerraría el campamento y ya nadie podría vivir ahí.
Cuando Carolina volvió por
última vez, hace 20 años, la torta -como le dicen al cerro- había comenzado a
tapar sólo algunos lugares. Nadie le había contado que la gran ola de tierra y
piedras de la mina había llegado a la plaza principal del pueblo.
Llegó pensando que vería su
casa, sus parques, sus calles, su kínder. Pero en lugar de eso vio a Pinocho,
que parecía haber salido de entre los desechos mineros para recibirla, con los
brazos extendidos como si ofrecieran un abrazo.
“Yo vine hace 20 años y
todavía pude entrar a mi casa. Era precioso. Ayer cuando fue la primera vez que
volví fue horrible porque no queda casi nada en pie y la torta está tapando
todo”, contó Carolina.
Durante 10 minutos frente al
tajo de la mina se pueden ver tres o cuatro camiones cargando cada uno 150
toneladas de desechos para tirarlos en la torta. Esos vehículos hicieron su
trabajo los 20 años en que Carolina no estuvo en Chuquicamata.
Le llamó la atención el
Pinocho por una razón: hace pocos meses falleció una de las tres hermanas.
Contó que quería ver los lugares donde pasaron la niñez, como el kinder. Un
último ritual para despedirla. “Me da mucho, mucho sentimiento”, dijo.
Silvia, como cientos de
personas, entró a Chuquicamata a finales de mayo durante los días que la
empresa estatal Codelco abre el campamento para conmemorar un año más de su
fundación. Éste era el número 108.
Carolina sintió que estaba,
otra vez, en un acto fúnebre. “Esto no es un aniversario, es un funeral”.
Estaba por comenzar un
desfile. Exhabitantes cuentan que antes de 2007 el Pinocho era sacado del
kínder sobre un carro alegórico para desfilar por el campamento. Se preguntaban
si estaba ahí para desfilar porque parecía que había hecho un esfuerzo por
desenterrarse desde las entrañas de la torta.
BUSCANDO DENTRO DE LA TORTA
El domingo 21 de mayo las
personas se acercaban al confín del pueblo. Deambulaban cerca de los desechos
mineros, volteaban hacia la derecha y miraban los restos de una casa que se
asomaba entre las piedras, y hacia la izquierda, donde sigue la caseta donde
“los gringos” pagaban los salarios, con sus carriles para que los trabajadores
hicieran fila para cobrar.
Después volvían al centro del
pueblo y más tarde se podía ver a las mismas personas repitiendo el ritual.
Algunas personas reconocían a
un señor elegante de más de 70 años vestido con un conjunto azul -incluye
chaleco y sombrero- que estuvo guardado en el armario exactamente un año. Es
don Luis Zavala. “¡Lucho!”. Él ponía en el suelo su maleta café de cuero
fabricada hace más de 60 años y correspondía los abrazos con ganas.
Parecía un personaje sacado de
los recuerdos enterrados en la torta, esos que buscaban las personas que iban y
venían hacia ella como abejorros.
Tres personas que lo
reconocieron repitieron la misma frase cuando le presentaron a don lucho a sus
hijos o nietos: “este es el personaje del pueblo”.
Al lado de don Lucho, en una
pared, había un cartel con una foto que él señalaba con su dedo. Está él de
niño con sus hermanas Verónica, Nancy Fernando, con su perrita Osa. También la
mamá, Luz Ahumada. Y en otra Felipe Zavala, el papá tomando postre con
compañeros de trabajo en la carrocería central de la mina.
A don Lucho le hubiera gustado
dar el día y la hora de la foto porque entre más detalles, mejor se pulen los
recuerdos, pero no llegó a tanto. Aunque sí recordó que su papá era soldador y
cortador. El 500733 era su número de trabajador.
Su traje azul es el que usa
cada año durante uno de los cuatro días que ex pobladores de Chuquicamata
pueden entrar a la plaza central y calles aledañas de la población para eso,
para recordar.
Ese día, el último de los
cuatro, la chica encargada de controlar el acceso a la entrada del pueblo le
preguntó a don Lucho: “¿De qué viene hoy, Luchito?” (el día anterior había de
lustrador de zapatos porque ése fue su oficio durante décadas).
“Vengo de persona elegante”,
le respondió él. “Así nos vestíamos antes, po”, dijo al reanudar la marcha. Y
tenía razón, muchos señores de cabello blanco comenzaron a llegar vestidos con
trajes de la época para caminar e imitar un poco lo que hacían un día
cualquiera antes de 2007.
De pronto apareció Verónica
Zavala, hermana de Lucho, vestida de novia porque antes -aseguró- se aparecía el
fantasma de una novia penando en el pueblo.
No hay fantasmas en
Chuquicamata, sólo llegaba gente vestida como en los tiempos pasados. Los
tiempos “enterrados” por el tsunami de lastre minero, donde estaban las
personas yendo y viniendo, invocando el pasado.
Una señora llamada Verónica
Saavedra llegó y abrazó a don Lucho. Miró hacia la montaña de piedras y buscó
en su memoria los recuerdos de 1969 cuando llegó a vivir a una de las casas
ahora enterradas. “Mi casa estaba detrás de esos cerros”.
Recordó los tres baños que
tenía, las cinco recámaras, la alfombra, el patio y los calefactores de
parafina. “Era terrible el frío, aquí se ven las cuatro estaciones del año en
un día”, dijo. “Si, po, había que caminar inclinado pa´delante para no caerse,
o agachado”, respondió don Lucho.
Un día, al salir de su casa
que está debajo de la torta y caminar hacia el centro con su vestido “de moda”
para una fiesta “el viento me dejó el vestido de paraguas”. Por eso -contó- las
mujeres comenzaron a usar delantal con bolsas para ponerles piedras.
“Hay muchas historias debajo
de la torta. Se tapó todo, se tapó todo. Da pena. No nos imaginamos nunca esto,
porque hay muchas historias”, dijo Rodrigo Álvarez, otro chuquicamatino que
acababa de abrazar a don Lucho.
La piedra grande, por ejemplo,
todos la recuerdan. Era el punto de reunión de la niñez. “Era una piedra
inmensa”.
Rodrigo y Lucho se soltaron
hablando sobre lo que quedó enterrado. La pulpería (tienda de abarrotes), Las
poblaciones de Los Buques (casas de los nuevos), Prat y Bellavista, el Colegio
24 el Hospital Roy H. Rover, la Comisaría y casas de muchas familias conocidas.
Recordaron reinas y carros
alegóricos como el de Pinocho. “Cosas bien hechas como ésa” y señaló al muñeco,
fabricado en la planta de la mina. Siguieron con los clubes deportivos de Las
Normas, El Bosque y Los Lagos poblaciones de donde salían las niñas y niños que
se apuntaban a la Liga Social Deportiva.
En ese exacto momento de mayo
de 2023 esa niñez que ya no es niñez estaba escribiendo el nombre de sus
equipos en la cancha de basquetbol para que no se olviden, en un ejercicio de
construcción de memoria. “Si como no
jaja” es, así literalmente, el nombre de un equipo escrito por una persona
mayor.
Una señora se acercó, exhaló y
dijo “vuelta de perro”. Nadie recordaba un equipo llamado así. “No -aclaró
ella- esto duró menos que una vuelta de perro. Son puras migajas de Codelco (la
empresa estatal chilena que posee la División Chuquicamata desde la
nacionalización de 1971).
Era otra persona que no pudo
ver su casa y estaba frustrada porque Codelco redujo el permiso de tránsito a
muy pocas cuadras. Es el centro, dos cuadras hacia los lados, dos hacia arriba
y abajo y nada más. Todo está cercado y con avisos de procesos de demolición.
Un señor de la expedición de
Antofagasta, con su hija, preguntó al personal de seguridad si podían cruzar
las rejas. No se podía. “Ah, no voy a poder ver mi casa. Bueno, hija, pues
estaba frente a la sección de juegos infantiles, por una carnicería”, dijo.
Una adolescente le dijo a su
mamá cuando caminaban juntas en el parque: “antes recorríamos Chuqui en cinco
horas, po, mami”. Los 30 minutos que utilizaron para recorrer lo que no está
encerrado o enterrado no sirvieron para agotar las energías de la chica.
A pocos metros otro hombre le
contaba a su hijo que atrás de Teatro Chile, donde se ven otros cerros, a lo
lejos hacia el oriente, jugaba con sus amigos a deslizarse con cartones. “¿Es
un cerro? No, hijo, es otra torta, la torta chica”.
En Chuquicamata el sol sale
por un cerro de lastre minero y se mete por otro.
EL HOSPITAL ENTERRADO Y EL
CANDADO
El hospital Roy H. Glover
tenía una fuerte estructura de hormigón y muros de 60 centímetros de ancho
recubiertos de mármol. “Estilo americano”.
Colocaron dinamita en los
puntos principales para que la estructura fallara y entonces llegaran camiones
como hormigas que cargan 150 toneladas y comenzaron a taparlo. “Eso se fue
asentando y al final quedó tapado”, contó Jorge Yoma.
El estilo americano del hotel
y su alta tecnología desaparecieron del mapa. En Google maps se localiza dónde
estaba con la especificación “hundido”.
Carolina Salinas se crió ahí y
su hermana Patricia, que estaba con ella nació en Chuquicamata. Fue famoso el
nacimiento de patricia (1983) porque fue melliza junto con Òscar. “Los primeros
mellizos nacidos en el hospital. Mandaron a pedir un coche (carreola)”.
Ambas alcanzaron a ver el
hospital hundido.
Comenzó el desfile. Secaron
lágrimas, caminaron por la explanada junto al Pinocho y se unieron a la
delegación de Antofagasta.
Esperaron su turno frente a
alumnos de bachillerato que platicaban, hablaban y se besaban con el tajo de la
mina de fondo. Allí estaban Lucho el elegante y Verónica vestida de novia
fantasma cubriéndose del sol en la escalinata de la iglesia. En el grupo de
Carabineros que esperaban junto a ellos se preguntaron si habría boda o qué
estaba pasando.
Todas y todos desfilaron 200
metros frente a autoridades del Gobierno Regional de Antofagasta, de la
municipalidad de Calama y mandos militares.
El sol comenzó a acercarse a
la torta del poniente. La hora del cierre del campamento se aproximaba.
Comenzaban las despedidas y la gente foránea se subía a los buses donde
viajaron y otras caminaban hacia abajo, pasando frente al estadio de Beisbol
Anaconda, donde “los gringos” enseñaron a jugar ese deporte a los chilenos.
Algunas personas, aunque fuera
con bastón o andadera, se lanzaron a las calles del libre acceso que quedan
para una última mirada. Librería La Unión, Emporio La Verbena (casino),
Ferretería Russi, Reparadora de calzado Lira, Salón de Te Calancho, Gran tienda
La Vidana (1926), Hotel Washington, La Ideal Tintorería y Lavandería,
Amasandería Ramos.
Hay coches abandonados y casas
con puertas abiertas detrás de las rejas. No hay nadie que diga “dejé la puerta
abierta, me cuidas la casa” ni nadie que lo escuche.
Hay pintas en las casas:
“Gracias Chuqui 1921 -2006. Familia Gómez Álvarez/ Rivas Gómez. Willie, Martha,
Criss, Jossy, Catalina. Aquí vivió Enrio, Yola, Guilo y Ein. Todas las casas
son inmuebles “en proceso de desmantelamiento, no ingresar”.
Llegó Daysi Salas Cruz, nieta
de don Nicanor Salas, dueño del emblemático kiosco de periódicos y revistas El
Minero, hija de Albertina Cruz Cortés y Luis Guzmán Galleguillos, minero con 50
años de trabajo en sus espalda. “Cultura Chuquicamatina”.
Uno de los hijos de Daysi fue
el segundo bebé que nació en el Roy H. Rover y, junto con su esposo, fue la
última en salir de Chuquicamata. Él era carabinero y recibió la encomienda de
permanecer hasta el final, hasta que no quedara nadie.
El pueblo se comenzó a vaciar
en 2004. Fue un proceso complejo de negociaciones y reubicación de viviendas.
Fueron años de mudanzas constantes con camiones enviados por Codelco mientras
iba avanzando la montaña de atrás.
—Nosotros como fuimos los
últimos vimos ya que empezaron a tapizar las casas (recubrir las ventanas) y
empezar a avanzar la torta.
—¿Cómo recuerdas el día que se
cerró Chuqui?, le pregunté.
—Lo recuerdo triste. Un amigo
nos prestó un camión. Empezamos a cargarlo, luego fuimos en el auto atrás del
camión. Es una cosa muy… da pena. Nosotros podríamos decir que le pusimos el
candado a Chuquicamata—, dijo Daysi Salas, zanjando la plática.
A don Lucho le iba quedando
menos gente para saludar. Se iba acabando el tiempo. Estaba casi sin voz. Tal
vez gritó “viva Chuquicamata” unas 20 veces. Quizá saludó a 500 personas en
cuatro días y 100 se sacaron fotos con él y su hermana.
De pronto, Lucho me llamó y me
llevó a ver un árbol.
—Este arbolito diría tantas
cosas si hablara porque yo me crié acá vendiendo los diarios. Era un paradero
acá, era donde voceaba los diarios y lustraba los zapatos de la gente”. Lustré
muchos zapatos de minero. Habíamos como 10 lustrabotas. El tiempo fue pasando,
hasta ahorita tengo el orgullo de decir que soy el único que está quedando.
Don Lucho estaba ya más
tranquilo, más callado. Había que hacer un esfuerzo para escuchar su voz
apagada por la ronquera. “Este arbolito yo lo quiero mucho, mira cómo está todo
seco”, finalizó.
Las camionetas de vigilancia
encendieron sus altavoces y comenzaron a recorrer las calles para asegurarse de
que no quedara nadie
“Estamos en proceso de cierre
del campamento, gracias por su visita. Favor de tomar las vías de acceso y de
salida”.
Don Lucho echó a andar su
camioneta. “Ven súbete conmigo nomás”. Se enfiló hacia el parque y un vigilante
lo detuvo. “Tiene que salir, por favor, caballero”. “Deme permiso de dar mi
vuelta al parque”, pidió Luis Zavala.
El guardia solicitó permiso
por la radio y alguien dijo que sí, pues ya sabían que don Lucho tenía que
despedirse a su manera.
El silencio del desierto de
Atacama se rompió con la bocina de la camioneta de don Lucho mientras daba la
vuelta al parque lentamente y todos los guardias de Codelco y las contadas—¿Qué
fue eso, don Lucho?
—La despedida de Chuquicamata,
hasta la próxima oportunidad que tenga de venir.
TEXTO Y FOTOS: RODRIGO
SOBERANES / PIE DE PÁGINA
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